Esta es una pregunta común en los círculos atléticos, ¿Dónde está el límite? ¿Se seguirán batiendo récords siempre? ¿Qué hay detrás de los récords actuales? Es ciertamente una pregunta difícil de responder. El deporte ha evolucionado mucho, de eso no hay duda. Los récords continúan batiéndose con regularidad y las marcas con las que se ganaban los Juegos Olímpicos hace unas pocas décadas, a duras penas podrían servir para clasificarse hoy día. Mucha gente atribuye esta mejora constante de los récords (al menos en esos deportes dónde es más fácil medir una evolución en las marcas de manera objetiva, como es la natación, el atletismo o el ciclismo) a una mejora progresiva de la propia especie humana o a simples mejoras en el entrenamiento.
Este punto de vista cuenta con algunos problemas de concepto. Por un lado, el deporte, tal y como lo conocemos, apenas lleva practicándose 100 años, lo cual en términos evolutivos es menos que un suspiro. Y por otro lado, el deporte hoy en día no es ni mucho menos lo que era hace 1 siglo. Se están comparando actividades que no tienen prácticamente nada que ver.
Hay que pensar que a principios del siglo XX, aún se consideraba que el cuerpo humano «perfecto» era aquel que guardaba las divinas proporciones del hombre de Vitruvio, es decir, el modelo ideal de las proporciones propuesto por Leonardo da Vinci.
Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci y las divinas proporciones
Esto hacía que los deportistas Olímpicos de principios de siglo apenas difirieran entre las distintas disciplinas. Un lanzador de peso de los Juegos Olímpicos de 1908 serían antropométricamente muy similar (indistinguible) de un nadador de la misma edición de los Juegos, de un velocista o de un saltador del longitud. Esto hoy en día no ocurre y sin conocer a un deportista, sería relativamente sencillo atribuirle una prueba o deporte (especialmente en aquellas algo extremas como serían las carreras de fondo, los lanzamientos, el baloncesto etc.).
¿Por qué ha ocurrido esto?
El autor del libro «The Sports Gene» (El gen del deporte) David Epstein llama a este fenómeno el «Big Bang de las formas corporales» y lo explica de manera brillante en este vídeo (en inglés).
La profesionalización del deporte, especialmente a partir de los años 70 y 80, y el increíble éxito económico que supondría alcanzar la cima en algunas disciplinas deportivas hizo que aquellas personas con características físicas únicas, empezaran a ocupar su «nicho específico» en los respectivos deportes. De pronto, la televisión, la radio… hicieron accesibles a millones de personas el deporte y los beneficios que se podían obtener con su práctica.
De la misma manera que a principios de siglo casi todos los deportistas eran atletas con un físico medio, con la profesionalización y masificación del olimpismo, los propios deportes empezaron a seleccionar los físicos más apropiados para cada disciplina. Hay ejemplos muy claros donde antropometrías extremas, que son auténticas rara avis en el conjunto de la sociedad, son sin embargo el patrón común de ciertos deportes. Una muestra es el baloncesto, donde atletas de más de 2 metros son la norma, incluso atletas con una envergadura razonablemente superior a la estatura (hasta tal punto que podrían ser considerados diagnósticos positivos para la enfermedad de Marfán tal y como apunta Epstein). Esas grandes envergaduras del baloncesto (también en la natación, el lanzamiento de disco y otros) ya son una violación de la proporción del hombre de Vitruvio que se consideraba el patrón ideal a principios de siglo.
¿Ha evolucionado el ser humano entonces desde un punto de vista físico? ¿Son los atletas que baten los récords actuales los mejores atletas que han existido jamás? La respuesta es no, o al menos no siempre. Aunque sí es verdad que los atletas son ahora físicamente muy diferentes a lo que eran hace 100 años, esto no ha ocurrido por una evolución per se de la raza humana, sino por la atracción al deporte de aquellos individuos que a principios de siglo no practicaban deporte a pesar de tener los biotipos ideales para cada disciplina (aunque no se supiera entonces).
La segunda razón que explica la constante evolución del deporte, es la mejora de la tecnología, la cual tiene un peso innegable. El equipamiento deportivo ha llegado a suponer auténticas revoluciones en las tablas de récords que hacen en ocasiones injustas las comparaciones con los campeones del pasado. Esto ha sido aparente en algunas disciplinas del atletismo (de las picas de madera/metal al bambú primero, y después el salto final a la fibra de carbono en la prueba de pértiga por ejemplo), aunque es mucho más claro en el ciclismo y la natación.
Dentro del atletismo los ejemplos podrían ser infinitos, pero una de las grandes aportaciones «tecnológicas» fue la sustitución de las pistas de ceniza por el tartán sintético (o más recientemente las pistas de alta tecnología MONDO). También los tacos de salida en vez de simples agujeros en la pista. Todo evoluciona y mucha de la supuesta superioridad actual quedaría reducida a la mínima expresión en igualdad de condiciones respecto al material. Según algunos expertos en biomécanica, la diferencia entre correr en ceniza o pistas sintéticas es cercana al 1.5% por la peor transferencia de la energía a cada contacto, por lo que aplicando correcciones teóricas, Jesse Owens, campeón olímpico de 100m en 1936 y cuyas marcas son «mediocres» según el estándar actual, hubiera sido medalla de plata tras Usain Bolt en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 tal y como apunta David Epstein. Lo mismo pasaría con otros grandes atletas del pasado como Bob Hayes (campeón olímpico de 100m en 1964), que consiguió un «buen» 10.06 en ceniza y con su calle (1) completamente llena de pisadas de la prueba de 20km marcha del día anterior. Esa marca de 10.06 hoy no te permitiría alcanzar la final en unos Juegos Olímpicos, pero si aplicamos una corrección respecto a las condiciones, Bob Hayes quizá sería un Top 5 en el ránking de todos los tiempos (su mágica última posta en el 4 x 100 de los JJOO de 1964, cronometrada manualmente entre 8.5-8.9 sería aún hoy la más rápida jamás realizada, quizá sólo por detrás de postas de Usain Bolt y Asafa Powell, pero claro, en pista sintética).
¿Ha evolucionado el ser humano y son los humanos actuales más rápidos, resistentes, mejores? Pues quizá no tanto como creemos y aplicando correcciones respecto al material muchos grandes campeones del pasado serían increíblemente competitivos hoy día.
Así como en atletismo la mejora en el material se ha aceptado desde instancias federativas como la propia evolución del deporte, en ciclismo y natación esto no ha sido así, ya que la tecnología es tan determinante que las federaciones se han visto obligadas a regular su uso.
Hay dos ejemplos claros sobre este fenómeno. En la natación uno es la evolución de los récords mundiales de 100 metros libre, la prueba reina, y que ha sido estudiado por el sudafricano Ross Tucker y expuesto brillantemente por David Epstein en el vídeo arriba enlazado.
Aunque el récord ha evolucionado de manera progresiva desde principios de siglo -siendo los nadadores cada vez más rápidos- en dicha evolución se ven grandes mejoras puntuales que revolucionaron el mundo de la natación. En 1956 se produce la primera de esas «revoluciones» en las marcas ¿La razón? La inclusión del «viraje» para cambiar de dirección. Aunque no es una mejora tecnológica propiamente dicha, esa mejora en los récords no fue por una mejora en el físico o potencial de los nadadores, sino en una innovación biomecánica con la que los nadadores del pasado no contaban. La segunda gran mejora se dio al incluir en los bordes de las piscinas dispositivos (aún hoy día se usan) para evitar el oleaje y más recientemente los bañadores «mágicos» ya prohibidos. En la época de los bañadores mágicos los récords duraban apenas unos meses (a diferencia del atletismo donde la media de tiempo para batir un récord si sitúa en unos 8 años). ¿Eran esos nadadores tan superiores a sus inmediatos predecesores? Pues quizá no tanto como podríamos imaginar.
Aún más claro es el ejemplo del ciclismo con el récord de la hora. El récord de Eddy Merckx de 1972 (49.431km) fue superado una y otra vez, hasta establecerse finalmente con unos estratosféricos 56.375km por Chris Boardman (nuestro Miguel Indurain llegó a batir el récord de la hora en 1994 con 53,040 y su mítica «Espada»).
Chris Boardman y su bicicleta de alta tecnología
Dadas las constantes modificaciones en las bicicletas, en el año 2000 la Unión Ciclista Internacional (UCI) cambió las normas prohibiendo el uso de cascos de contrarreloj, ruedas especiales o cuadros aerodinámicos. Bajo estas «nuevas» condiciones que trataban de igualar las condiciones de los ciclistas actuales a los del pasado, Chris Boardman consiguió batir el récord de Merckx, pero esta vez por tan sólo 10 metros (en vez de los 7km con los que aplastó el récord con la bicicleta de la fotografía) lo que deja bien a las claras del peso de los avances tecnológicos para estos deportes. Como anécdota, el récord de la hora conocido como «mayor esfuerzo humano» (el único requisito es que el «atleta» provea la energía para el movimiento) es de unos monstruosos 84,215 km realizados con una bicicleta totalmente reclinada cubierta por un caparazón de fibra de carbono. ¿No influye la tecnología en el resultado?
Evidentemente no todo es una mejora en la tecnología. Sería simplista pensar que la mejora de los récords se ha producido única y exclusivamente por eso, aunque conviene no olvidar su influencia.
Entre otros factores que sin duda han contribuido a crear la sensación de la mejora de la especie humana, están el avance en las técnicas del entrenamiento y la nutrición. Pero también ha evolucionado el aspecto psicológico. Aunque este último factor pueda parecer ridículo, el hecho de romper barreras mentales es clave a la hora de iniciar revoluciones con las marcas, como ya ocurrió la primera vez que se rompió la barrera de los 4 minutos en la milla, definido en su día como el «Everest de los récords deportivos». Basta con que alguien abra camino, para que una legión le siga.
Y por supuesto, no hay que negar la influencia del factor del que nadie quiere hablar, es decir, del dopaje. El dopaje ha evolucionado mucho y gran parte de la mejora y muchos récords actuales se pueden atribuir a un acceso a drogas de las que antes no se disponían. Desde el dopaje de Thomas Hicks (campeón olímpico de maratón en 1904) que ganó la prueba consumiendo estricnina (veneno para ratas) mezclado con brandy, hasta el dopaje genético que parece el futuro, hay una enorme variedad de técnicas que han cambiado y adulterado el deporte de forma innegable.
La influencia de las sustancias dopantes queda ejemplificada en estos dos gráficos:
En el primero se ve la evolución de las mejores marcas de 10000 metros en atletismo desde los años 70. En azul está la mejor marca del año, en morado la 10º mejor marca del año y en marrón la 20º marca del año. Como se puede apreciar, quién sabe si de casualidad o por causalidad, los años en los se aprobó el estudio de la EPO (hormona peptídica que estimula la síntesis de glóbulos rojos mejorando el transporte de oxígeno a los tejidos y por tanto aumenta el rendimiento) las marcas mejoraron sensiblemente. Sin embargo, la introducción de métodos antidopaje de detección de la EPO implicaron un empeoramiento de las marcas (¿casualidad?), al igual que los métodos de detección de dopaje sanguíneo o la introducción del pasaporte biológico. Cada nueva estrategia antidopaje ha afectado de una manera sospechosamente coincidente los ránkings de esta prueba de fondo. La pregunta se repite ¿Son los campeones actuales tan superiores a los de antaño? ¿O mejoras en la tecnología y dopaje pueden explicar gran parte -no toda- de la diferencia?
Evolución de la mejor marca (azul), 10º mejor marca (morado) y 20º mejor marca (marrón) en los 10000 metros desde 1970. Adaptado de @mrdowdeswell
Lo mismo ocurre con el lanzamiento de disco en este gráfico realizado por Ross Tucker (@scienceofsport). En él se aprecia como la irresistible escalada en los récords mundiales del lanzamiento de disco (en rojo la mejor marca y en azul la media de las 20 mejores marcas) sufrieron una dramática caída tras la introducción de los test antidopaje fuera de competición. La tendencia habla por sí sola y la sombra de los oscuros años 80 aún sigue viva en las tablas de récords (sobre todo femeninos) en los ránkings de lanzamientos y pruebas de velocidad.

Evolución de la mejor marca (rojo), y promedio de las 10 mejores marcas (azul) en el lanzamiento de disco desde 1960. Reproducido con permiso de @ScienceofSport
Evolución de la mejor marca (rojo), y promedio de las 10 mejores marcas (azul) en el lanzamiento de disco desde 1960. Reproducido con permiso de @ScienceofSport
Así pues, tratando de responder a la pregunta inicial de ¿Ha llegado el ser humano a su límite? la respuesta es que quizá no desde un punto de vista absoluto (la tecnología, el dopaje y otros factores externos seguirán evolucionando), pero el deportista como ente vivo está muy cerca del límite de su potencial salvo auténticas joyas de la genética que aparecen de manera fortuita cada varias generaciones. Ya se ha visto que la tendencia de los récords sigue una distribución asintótica, de modo que llegará un punto que las mejoras en los récords sólo podrán ser contabilizadas por la precisa medición de milímetros en vez de centímetros, de milésimas en vez de centésimas… Aún queda tiempo para tocar techo, pero es posible que el lema Olímpico de «Citius, Altius, Fortius» (más rápido, más alto, más fuerte) llegue a perder su sentido.
Sobre el autor:
Jordan Santos es investigador Postdoc en el UCT/MRC Research Unit for Exercise Science and Sports Medicine del Departamento de Biología Humana de la University of Cape Town (Sudáfrica). Licenciado en Biología con Premio Extraordinario Fin de Carrera y Doctor con mención internacional por la Universidad del País Vasco UPV/EHU.
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