A los que nos gusta el deporte nos rodean las cápsulas. Las pastillas, las píldoras, las grageas, las tabletas. Los sobres, los batidos, los comprimidos, los viales. Justo al lado de la etiqueta donde figura el nada módico precio veremos que contienen sustancias de todo tipo, casi siempre impronunciables. Sustancias aisladas (como el ácido docosahexaenoico, del que hablo en unas líneas) o sustancias combinadas. Naturales o artificiales. Ancestrales o modernas. Un universo de sustancias que pende sobre nosotros como el cielo que Astérix teme que se le desplome encima de su gala cabeza. Su muy bien diseñada propaganda nos promete mejoras fenomenales en nuestro rendimiento atlético o en la prevención de las lesiones (por no hablar de su tratamiento), con un único requisito: que las consumamos con la tranquilidad de quien mastica un grano de uva. Algunas funcionan para lo que prometen sin claros efectos adversos…pero son muy pocas. Nos bastarían los dedos de una mano (y nos sobraría alguno) para contarlas.
¿Funcionan acaso los ácidos grasos omega-3 para aumentar nuestra potencia atlética? A juzgar por su fama, a la altura del mismísimo Tutatis, sí. Pero una cosa es ser conocido y otra reconocido. En el ámbito científico no basta con diseñar un bonito envoltorio, divulgar un motivador anuncio televisivo o publicar un libro con el críptico título “La dieta de la Zona”. Debemos basarnos en pruebas sólidas de eficacia que justifiquen los posibles efectos secundarios de un tratamiento. Porque tomar un complemento alimenticio para mejorar el rendimiento deportivo es un “tratamiento” y puede tener efectos secundarios.
Lo primero que conviene hacer cuando estamos ante una declaración de salud es pasear por la página web “Register of nutrition and health claims”, que amablemente ofrece la Comisión Europea. Antes de entrar leemos varias advertencias. Una de ellas reza “las declaraciones de salud no autorizadas no deben utilizarse”. Pongamos ahora en la casilla de búsqueda (en inglés) las palabras “omega-3”, “docosahexaenoico” o “eicosapentaenoico”. Los ácidos docosahexaenoico y eicosapentaenoico (conocidos por sus siglas, DHA y EPA) son unos ácidos grasos omega-3 de cadena larga importantes…pero que o bien podemos ingerir a través de la alimentación (Ej.: pescado azul) o bien nuestro cuerpo puede sintetizar a partir de determinados precursores presentes, sobre todo, en alimentos de origen vegetal (Ej.: nueces).
En el listado de resultados veremos que la Comisión Europea no ha aprobado las siguientes declaraciones con respecto a los omega-3 y el rendimiento deportivo:
- ayudan en la reparación y recuperación del tejido muscular después de un ejercicio extenuante,
- ayudan en el mantenimiento muscular y en la recuperación después del ejercicio.
- mantienen las articulaciones en buen estado,
- tienen propiedades antiinflamatorias, o
- contribuyen al funcionamiento del sistema inmunitario.
De hecho, no figura ninguna declaración de salud aprobada con respecto a su papel en el desempeño atlético. Hay quien les atribuye la capacidad de controlar el peso corporal, algo que puede ser interesante para determinados atletas. Les transcribo lo que concluimos en 2011, en el consenso español de prevención y tratamiento del sobrepeso y la obesidad, tras revisar 15 años de literatura científica: “Las evidencias referidas al consumo de ácidos grasos omega-3 y su efecto en la variación de peso o prevención de exceso de peso en adultos son insuficientes para establecer ninguna recomendación”.
Es momento de dar un paso más y acudir a la base de datos de estudios biomédicos PubMed. Saber manejarla es cuestión de práctica, de maña…y de alguna que otra hora de estudio. Pero cuando se domina es una de las mejores fuentes de información científica. He buscado estudios de alta calidad (revisiones sistemáticas o metaanálisis de ensayos aleatorizados y controlados en humanos) y solo he encontrado uno. Se publicó en febrero de 2006 en la revista Atherosclerosis y observó mejoras pequeñas y no significativas en la capacidad de realizar ejercicio tras tomar aceite de pescado (fuente de omega-3). Los pocos ensayos aleatorizados y controlados en humanos que hay sobre omega-3 (también los he revisado) no muestran beneficios convincentes sobre el rendimiento deportivo. Pero no se fíen de mí, es mejor hacerlo de una entidad la mar de prestigiosa, el Centro Nacional de Medicina Complementaria y Alternativa (NCCAM) de Estados Unidos. El NCCAM razona que “los beneficios para la salud de los suplementos dietéticos de omega-3 no están claros”.
Son datos a tener muy en cuenta, sobre todo si sabemos que hasta el 85% de los deportistas consume complementos alimenticios. No tengo referencias fiables sobre el porcentaje de españoles que toma cápsulas de omega-3, pero seguro que se acerca cada vez más a lo que sucede en Estados Unidos, donde el 10% de la población las ingiere. Mientras que en 2007 las ventas de estos productos supusieron en dicho país 425 millones de dólares, en 2012 ascendieron a 1.043 millones de dólares.
En 2013, los doctores Andrew Grey y Mark Bolland (Universidad de Auckland, Nueva Zelanda), revisaron si dicho aumento se justifica en base a evidencias científicas. Sus resultados, publicados en JAMA Internal Medicine, no dejan lugar a dudas: el espectacular incremento en las ventas de los suplementos dietéticos con aceite de pescado no está justificado por las pruebas disponibles con respecto a su papel en la salud. Al ser entrevistados por Reuters, los investigadores declararon que «la gente puede dejar de forma segura los suplementos de aceite de pescado, y centrarse en seguir comportamientos de salud con eficacia probada». Por ejemplo, realizar más ejercicio.
“Pero por lo menos serán seguros”. Veamos. Para empezar, nos aportan unas calorías (9 kilocalorías por cada gramo) poco beneficiosas a nuestras ya notorias reservas energéticas. Para el NCCAM, en todo caso, las cápsulas de omega-3 no suelen presentar efectos secundarios graves, según indicó en junio de 2013. Si aparecen, suelen ser síntomas gastrointestinales menores, tales como mal aliento, eructos, indigestión o diarrea. Pero no siempre son así de leves, ya que pueden prolongar el tiempo necesario para que se detenga un eventual sangrado. Pueden también estar contraindicados en pacientes que toman anticoagulantes o antiinflamatorios no esteroideos. En el caso de los aceites de hígado de pescado la cosa cambia, ya que contienen, además de omega-3, altísimas cantidades de vitaminas A y D, que pueden llegar a ser tóxicas.
Más recientemente hemos sabido, gracias a una investigación publicada en noviembre-diciembre 2013 por Fenton y colaboradores (Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids), que un alto consumo de omega-3 podría alterar el sistema inmunitario.
Ya saben la respuesta a la pregunta que encabeza este texto: el druida Parnorámix no usaba omega-3 en la poción mágica que elaboraba para la aldea gala de Astérix.
Concluyo con dos preguntas más (que bien podrían clasificarse como “retóricas”):
1) Tomar suplementos o “ayuditas” ¿no hará que desatendamos de forma inconsciente la importancia de un estilo de vida saludable o incluso que entrenemos menos?
2) ¿Es sostenible, desde un punto de vista medioambiental, el actual consumo de suplementos de omega-3?
SOBRE EL AUTOR
Julio Basulto es dietista-nutricionista por la Universidad de Barcelona. Ejerce como docente en diversas instituciones académicas y es autor de numerosas publicaciones científicas. Su último libro, “Comer y correr”, escrito con el Dr. Juanjo Cáceres, ha agotado sus dos primeras ediciones en apenas dos meses.
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